"Rajoy y el desastre colosal"
Artículo de José Blanco, Secretario de Organización del PSOE
¿Se puede ser optimista en la oposición? A mí me parece que con esto sucede lo mismo que con la generosidad y la tacañería, que no dependen de que uno sea rico o pobre; se trata más bien de rasgos de carácter que te acompañan durante toda la vida. El optimismo y el pesimismo forman parte de la personalidad de cada uno. Pero hablando de política, hay algo más que eso: se hace una política optimista o pesimista en función de una visión de la realidad y también, ¿por qué no?, en función de una estrategia.
Una oposición pesimista transmite la idea de que todo está mal y todo estará peor. Una oposición optimista es la que insiste en que todo puede mejorar. Y viéndolo así, está claro que Zapatero fue en su día la viva imagen de la oposición optimista (merecemos una España mejor) y Rajoy ha sido el paradigma del pesimismo y la gafancia: estamos caminando sobre los escombros (debate del estado de la nación 2007).
Todo empezó cuando le aseguraron que sería presidente del Gobierno sin necesidad de bajarse del autobús. Pero la cosa se torció, y se encontró con cuatro años por delante con una función para la que no tenía guión previo. En seguida acudieron en su ayuda: no te preocupes, basta con repetir lo que hicimos en el 93: que no quede títere con cabeza. Aznar en su día lo dijo de un modo más fino: que nada escape a la tarea de oposición. Y cuando dijo nada, realmente quería decir nada de nada. Si así conseguimos acabar con Felipe, le dijeron, ¿cómo no vas a poder tú con Zapatero? Le rodearon de la compañía adecuada para evitar que se despistara, y ¡hala!, a pintarlo todo de negro mientras los demás preparan bien lo de la sucesión para no volver a equivocarse.
Hay que reconocer que ha aplicado la estrategia con empeño digno de mejor causa. Incluso descubrió pronto el encanto de salir a la calle a manifestarse los sábados por la tarde con los motivos más peregrinos y las compañías más variopintas. Pero su escenario favorito ha sido el Parlamento. Allí, en los grandes debates donde más lucen los tenores de la política, nos ha dejado piezas memorables anunciando las siete plagas del apocalipsis, que como todo el mundo sabe, fueron enviadas para llamar a la humanidad (en este caso a los españoles) al arrepentimiento.
Nada ha escapado a sus implacables profecías. Pronto empezó a llamar a los cuervos de la crisis: las cosas irán empeorando progresivamente. Ya se levantan brumas en el horizonte. Ese es el caso de la economía, del empleo, de la Seguridad Social o del bienestar de los españoles (debate del estado de la nación 2005). Y para ello, siempre viene bien una cita de autoridad: los nubarrones que nos anuncian desde Bruselas se pueden convertir en la tormenta perfecta (debate del estado de la nación 2006). Recuerdo que escuchándole desde el escaño, me pregunté: ¿para quién será perfecta la tormenta de la que habla este señor?
Hasta que el peso abrumador de los datos y de los hechos de la economía más dinámica de Europa le obligó, en el último debate, a un tirabuzón que de puro absurdo resulta genial: algunos aspectos de la economía española van bien, estamos creciendo por encima del 3,5%, eso es verdad, pero no se debe a que usted gobierne. Aunque ese asiento estuviera vacío, la economía española iría exactamente igual (debate del estado de la nación 2007).
Y no digamos nada de la unidad de España. Pronto nos enteramos de que con Zapatero ha resucitado el cantonalismo (debate de la nación 2005). No el regionalismo ni el nacionalismo, sino ¡el cantonalismo! Nos advirtió de que el presidente del Gobierno está desguazando la Constitución (2006), y nos reveló los auténticos propósitos del pérfido: ha puesto la nación en almoneda y se propone descoyuntarla (2005).
Pero el terreno favorito de su demagogia tenebrista ha sido precisamente el que jamás debió haber pisado con esas intenciones: el terrorismo. Ahí ha aplicado el principio aznariano (que nada escape a la tarea de oposición) con estricta observancia.
Mucho antes de que ETA declarara su alto el fuego y se iniciara el proceso de paz, Rajoy ya acusaba al Gobierno: se han puesto ustedes a hablar en batasuno (2005) y lanzaba requisitorias preventivas de este tenor: está dispuesto a saltarse la Constitución, fulminar la Ley de Partidos, legalizar a Batasuna, indultar a los asesinos, amordazar a las víctimas y entrometerse en Navarra (2005). Cuando lo dijo, él sabía que nada de eso iba a ocurrir. Y ahora sabemos todos que nada de eso ha ocurrido. Pero con infamias como esas ha mantenido incendiada a una buena parte de la sociedad española, que era de lo que se trataba.
También se apresuró a acusar al Gobierno de que ha paralizado todas las obras públicas (¡y ponía como ejemplo la T-4!); o de que con este Gobierno aumentan los delitos (lo que ha aumentado con este Gobierno es el número de policías y guardias civiles que él rebajó siendo ministro del Interior).
Es fácil encontrar en sus discursos parlamentarios de estos años auténticas arengas del caos, de la tristeza y del desastre. Según él, Zapatero pasará a la historia como el hombre que puso el país patas arriba (2005); según él, en España en este momento todo es posible, no existe ningún límite que no pueda ser transgredido (2006). Y como hasta los cenizos conservan un resto de sentido del humor, que no falte la traca final: ¡Ni siquiera los socialistas viven tranquilos! (debate del estado de la nación 2006).